El abrazo de tango no es neutro. No es inocente. Abrazar busca, muestra, abre, cierra, dice. Dice un montón.

 

¿Qué te dijeron esos abrazos que aún recordás? Los que se sintieron lindos... y los que no.

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Cuando dejamos de hablar solo de lo sensual del tango y nos animamos a hablar de lo tierno, se abre un juego. Una ética del cuidado, de la captación del gesto y del respeto por los límites. No como barreras, sino como condiciones para un encuentro sensible, honesto y presente.

 

Así, entre límites y ternuras, el abrazo se vuelve un gesto político. Porque desobedece lo que duele. Porque reconoce el cuerpo como territorio legítimo. Porque escucha. Porque cuida. Y porque nos recuerda que nadie se salva solo, pero que para encontrarnos necesitamos estar presentes, con todo lo que somos.